25 enero 2009

EL RIO ODIEL ( I )

Ricardo Gómez Ruiz

EL PAISAJE

De las comarcas que conforman la actual Provincia de Huelva poseemos hoy una visión histórica bastante completa.
Las minas de Río Tinto, el reino de Niebla, los distintos señoríos y, por supuesto, el descubrimiento y la colonización de las Indias han tenido suficiente entidad como para dejar abundante información tanto documental como arqueológica.
Numerosos investigadores han centrado su atención en ellas, sobre todo en las últimas décadas y sus aportaciones, generalmente sectoriales, han contribuido valiosamente al conocimiento de nuestra historia.

Existe sin embargo una región, localizada en el centro geográfico provincial (Mapa 1), de la que se poseen escasas referencias. Es la que, limitada entre las estribaciones de la Sierra y los campos cerealísticos de la Tierra Llana,
conforma una peniplanicie de lomas onduladas partida en dos por la depresión del río Odiel. Area de economía marginal, tierra por lo común de paso y de frontera, presenta
amplias lagunas documentales en el tiempo. Se echan en falta estudios sistemáticos, apoyados por una paciente labor archivística, que nos ayuden a comprender su historia real,
tan envuelta a veces en leyendas.

Entre los altos cabezos, el Odiel recorre estas tierras en uno
de los paisajes mas desolados de Andalucía (Foto 4.).
Desde el puente de Los Cinco Ojos, en la carretera nacional
435, hasta el de Coronada, junto a las minas de Sotiel, el
río, profundamente encajado en una falla, se desliza entre
peñascos y represas con sus aguas cargadas de óxidos metálicos.
En las cimas, la visión de su cauce semeja una cinta sinuosa de colores rojizos que contrasta con el verdor intenso de eucaliptos y pinos y los grises apagados del encinar relicto que aún se conserva entre las manchas de matorral.

Son treinta kilómetros de soledad que ocupan parte de los términos municipales de Valverde del Camino, Calañas, Almonaster la Real, Zalamea la Real y El Campillo. No hay en estos campos cortijos habitados ni presencia humana permanente.
Solo casas ruinosas, majadas cubiertas de lentiscos y viejos caminos de cabra entre el jaral.

No parece que estos suelos pobres, con escasa potencia en su capa arable y asentados en un sustrato pizarroso hayan sido capaces de sostener en ningún tiempo pretérito una densa población humana. Es “tierra estérile e que cogen de ella poco pan”, con una clara vocación forestal. Su bosque primigenio, adehesado por el hombre desde tiempos neolíticos, ha sido transformado hoy en casi su totalidad en monocultivos con especies de crecimiento rápido.

El sustrato vegetal originario es pobre en diversidad, con predominio de cistáceas y quercíneas, formando un paisaje muy alterado por la acción humana, típico de la Iberia de Veranos Secos. Las sutiles diferencias botánicas que se detectan entre algunas zonas son debidas a condicionantes edafológicos y de localización mas que a ser muestras de diferentes ecotonos.
Un peculiar endemismo en expansión forma prados en las riberas del río y, como testigos residuales de un bosque galería que en épocas pasadas cubrió sus márgenes, aún subsisten
en ellas escasos ejemplares de árboles hidrófilos.

La diversidad faunística del área presenta a lo largo de los últimos años una severa degradación, habiendo llegado hoy a extremos difícilmente reversibles. Es complejo el análisis de este fenómeno de desertización zoológica. Posiblemente hayan sido varios los factores que han venido a incidir en el proceso, todos englobados en lo que podíamos definir como cambios de costumbres de una sociedad tecnificada que no parece haber asimilado de forma razonable el binomio conservación-progreso, haciendo una dualidad dicotómica de ambos conceptos.

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