11 abril 2009

EL RIO ODIEL ( V III )

Ricardo Gómez Ruiz

En 1248, Fernando III toma Sevilla y cinco años después el Rey Sabio fija el alfoz de la ciudad . Era tan extenso que sus límites occidentales estaban en el Guadiana y, por el Norte, se extendían hasta el Ardila. Comprendía Cortegana, Almonaster, Zufre, Aracena, Aroche, Sotiel, Tejada y El Cerro. El documento no nombra, lógicamente, ni a Zalamea ni a Calañas, entonces simples lugares. Ni tampoco a Facanías, una venta en un cruce de caminos. Sin embargo, la mención de Sotiel revela la importancia del cenobio como santuario mariano ya en aquellas épocas.

Se deduce que, siendo pioneros en la reconquista del suroccidente peninsular los portugueses , toda la comarca que cruza el curso medio del Odiel estuvo sometida a constantes incursiones bélicas de uno y otro bando pues los límites aún no estaban definidos.

Poco tiempo iban a estar estas tierras incluidas en el alfoz hispalense. En 1279, la villa de Almonaster y “el logar que dicen Calamea” pasan a formar parte de los bienes de la mitra arzobispal mediante trueque por Cazalla . Y el 1283, los territorios del antiguo reino de Niebla, entre los que se incluye ya Calañas, son cedidos por Alfonso X a Doña Beatriz, su hija natural y reina de Portugal .

En la segunda mitad del Siglo XIV, Calañas y Facanías pasan al poder de los Guzmanes ; Zalamea y Almonaster consiguen ser realengas entre 1567 y 1592 mediante compra a Felipe II. La primera de estas localidades consigue perpetuarse como bien realengo; la segunda vuelve a enfeudarse en 1632 y, al igual que Valverde y Calañas, permanece así hasta la abolición de los señoríos .

Las distintas vicisitudes a que dieron lugar las luchas lusocastellanas en el llamado Pleito del Algarve terminaron con el Tratado de Alcañices de 1297 aunque antes, las fronteras de ambos reinos debieron cambiar en distintas ocasiones. De todos modos, es evidente que estas tierras habían dejado definitivamente de ser islámicas a mediados del Siglo XIII.

La cristianización de las distintas comarcas del suroccidente ibérico se presenta como un proceso rápido, realizado con gran eficacia militar. Tuvo carácter de conquista, en el mas estricto sentido que la palabra implica como invasión cruenta. Y fue llevado a cabo por las Ordenes Militares bajo las directrices políticas de Portugal y Castilla.

Y junto a la espada, la Cruz. La organización básica de los nuevos territorios fue obra de Don Remondo, primer Arzobispo de Sevilla . No eran épocas de tolerancia. El espíritu de Cruzada predicado por Inocencio III exigía el exterminio de una religión y una cultura por lo que los vencedores cristianos, en menos de una década, impusieron sus normas de vida y, cuando no, la esclavitud y el exilio .

En esta zona del Odiel, sujeta a incursiones de castellanos y portugueses , las acciones de pillaje debieron ser especialmente intensas y destructivas dados los escasos restos arqueológicos que en ella han sido hallados, realidad no solo imputable a la indigencia de sus habitantes. Es razonable pensar que si aquellas poblaciones poseían como mayores bienes sus ganados, éstos fueron esquilmados en las acciones de rapiña obligando a sus dueños a movimientos migratorios .

En las zonas mas ricas, el moro vencido fue, en cierta medida, un instrumento de producción por sus habilidades artesanales y conocimientos en máquinas y sistemas de riego por lo que permaneció en los territorios conquistados bajo diversas formas de dependencia. Tal sucedió en el Levante ibérico, en el valle del Ebro y en otros lugares donde era útil su laboriosidad . No parece ser este el proceso seguido en estas tierras broncas bañadas por el Odiel donde no hemos
hallado ni siquiera indicios de industrias hidráulicas de origen musulmán. Existe una significativa ausencia de restos sobre la presencia islámica en ellas lo que apoya la hipótesis de una cultura silvopastoral de escasa entidad que se mantuvo, sin apenas variar, durante quinientos cincuenta años. Y cuya cristianización fue un hecho traumático, de características violentas, que erradicó en muy escaso tiempo tanto a una etnia como a sus modos de vida. Con hechos de guerra se eliminaron a aquellas poblaciones de rudos pastores asentados en zonas de paso y vigilancia entre las koras del Sur y el iqlim de al-Munastir donde se mezclaban las costumbres de los pueblos celtibéricos con aportaciones de los beréberes y sirios del Yund de Emesa. De la presencia islámica en estas tierras solo han quedado muy escasos testimonios y algunos topónimos castellanizados .

Tras algunas décadas de despoblamiento , los nuevos colonos aportaron a estas tierras una religión y un sistema tributario complejo . La naciente sociedad cristiana se estructura en orden a la de sus lugares originarios castellanos y leoneses, imponiendo usos y costumbres que han pervivido prácticamente hasta nuestros días.

Aún se pueden intuir raíces medievales cristianas investigando en el viejo folklore aldeano y en las tradiciones y labores del quehacer diario: el tamboril y la flauta de las cruces de Mayo, las cadencias y consejas, algunos cuentos conservados por tradición oral, ciertas prácticas de labranza y laboreo, utensilios y oficios gremiales son indicios de aquella cultura de conquista que aún se detectaba en esta región hacia los años sesenta.

Pero aparte los escasos testimonios que aún nos quedan de estos usos ancestrales, la sociedad de esta comarca poseía, hasta hace escasas décadas, tres aportes culturales que impregnaban sus conductas vitales. Fueron traídas por las poblaciones norteñas y las tres se muestran imprescindibles para el cristiano medieval. Su implantación acarrearía un cambio radical no solo en las estructuras sociales sino también en el ordenamiento ecológico de los paisajes primitivos.
Fueron aquellos aportes la explotación del ganado de cerda, el cultivo de las vides y la siembra de cereales de secano en tierras poco apropiadas para ello.

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