13 marzo 2011

EL ALMA DE LA MUJER III

Hoy se habla de feminismo y se interpretan generalmente el día de la mujer y sus luchas como movimientos feministas. ¿Qué son estos movimientos feministas realmente?

Reivindicaciones, peticiones y alegatos para una mujer que se ha visto relegada durante mucho tiempo a un segundo plano. Si hay un hombre que la proteja,bien sea su marido o su hijo, todo va bien,pero si no hay un hombre alrededor, ella «no es». Y si no hay alguien que la mantenga, ella «no es», y ante esta situación, lógicamente hay reivindicaciones que a veces se transforman casi en revanchismos, en auténticas batallas.

Hay un feminismo que es un antimachismo, y se trata de ver quién hace más, quién llena más páginas de periódicos o revistas, quién puede llamar más la atención. Estas son batallas que, por muchos movimientos que se lancen al mundo, están, desde mi punto de vista, perdidas de antemano: son conquistas inestables, porque dependen de unos puntos de vista que hoy existen y mañana no.

La verdadera conquista de la mujer reside en descubrir su propia alma. Si estableciera un movimiento reivindicatorio para que sea su alma la que se abra paso -con lo cual también se definiría el alma del hombre– es posible que todas estas competencias desaparecieran.

Ya no es cuestión de ver si las mujeres podemos hacer los mismos trabajos que el hombre, pues no creemos que haya trabajos propios de unos o de otros. No hay monopolios de trabajo, lo que sí hay es enfoques diferentes, aunque se haga lo mismo. Se enfoca con distintos sentimientos, con distintas ideas, porque es el alma lo que lleva a enfocar las cosas de otra manera.

Esto nos lleva a preguntamos qué es el alma. El alma es la auténtica entidad, el auténtico ser interior, una energía que puede apoyarse en lo material, pero que tiene la capacidad de elevarse hacia lo metafísico, hacia grandes sueños e ideales.

En el alma de la mujer, en el alma del hombre existen matices no de diferencia sino de complementariedad, que podrían conjugarse perfectamente y no oponerse. Creo que en el alma de toda mujer hay algo de hombre, y en el alma de todo hombre hay algo de mujer.

En líneas generales el alma del hombre tiende notablemente a la acción exterior; la mujer es naturalmente mucho más introvertida. El alma del hombre busca el crecimiento, el desarrollo, la expansión de las cosas; la mujer busca conservarlas, asentarlas, guardarlas. El alma del hombre es impulsiva; el alma de la mujer es conservadora. El hombre se lanza detrás de las ideas, la mujer detrás de las intuiciones…

Sería estupendo poder conjugar el alma del hombre y de la mujer, porque entonces tendríamos acción e introspección, crecimiento y salvaguarda de lo que crece. Tendríamos ideas apoyadas por intuiciones…

Sin embargo, la cosa no es así; no se ha logrado esa conjunción, eliminar la competencia y lograr el acuerdo, el trabajo común, y comprender que hombres y mujeres son absolutamente necesarios porque ambos forman parte de la Humanidad.

La mujer no debería tratar de ser como los hombres, porque no hace falta ser un hombre para ser héroe ni para ser grande; hay mujeres que pueden ser grandes heroínas, pero tienen que descubrir cuál es su guerra, cuál su campo de batalla y cuáles sus armas y sus enemigos. El problema de la mujer es vestirse de héroe masculino, en cuyo caso pasa a luchar en una guerra que no es la suya.

Hace muchos años recibí un consejo de mi Maestro, el profesor Livraga, fundador de Nueva Acrópolis. Recuerdo que estaba asistiendo entonces a sus clases de oratoria para aprender a hablar en público. Admiraba su soltura, su manera de moverse, y lo primero que hice fue imitarlo. No tenía más que mirar lo que hacía y copiarlo. Después de una clase me llamó y me dijo: «Así nunca vas a hablar bien, porque en lugar de ser tú misma serás apenas una copia de lo que yo estoy haciendo. Yo explico una técnica, pero tú tienes que hablar como tú eres, tienes que expresarte como tú eres, tienes que encontrar lo que hay dentro de ti. Nunca vas a hablar igual que yo». Efectivamente, nunca podría hacerlo porque no tenía su tamaño ni su estatura ni su voz, y elaboraba las ideas de otra manera aunque dijera lo mismo; desde ese momento intenté ser yo misma y me fue bastante mejor.

Lo primero que hay que hacer es aceptarse a uno mismo: ser mujer no es ninguna maldición; es más, creo que la Historia nos ha beneficiado ampliamente con un número extraordinario de grandes personajes femeninos y de una gran cantidad de heroínas anónimas en todos los sentidos que viven cada día su pequeña batalla con una enorme altura interior.

Otro consejo es no perder la identidad múltiple de la mujer: la mujer no es solamente madre, ni es solamente esposa. Es también amante, y sacerdotisa, y diosa, y heroína, y artista… Todo eso está dentro de la mujer; su identidad es múltiple y no tenemos por qué renunciar a ella simplemente por intentar conseguir un puesto destacado dentro de los parámetros de lo que hoy la sociedad considera destacado. Desgraciadamente, lo más válido de la identidad femenina se pierde.

Si uno no ha encontrado su identidad, el primer paso es buscarla. Algunos sociólogos dicen que para poder encontrarse a uno mismo hace falta realizar un viaje interior. Hay que aceptarse como mujer, no necesariamente en competición con el hombre; no depender del hombre. Ir a lo profundo, aunque esto a veces sea doloroso, porque significa encontrar muchas cosas que no gustan de una misma; pero solo cuando se encuentran, se pueden corregir. Ir a lo profundo significa encontrar muchos valores, y encontrándolos se pueden engrandecer y multiplicar.

¿Qué es el alma de la mujer? ¿En qué consiste ese alma, que debe conquistar para recuperar su verdadero papel, no solamente en la sociedad sino en la Historia? Casi todas las antiguas civilizaciones, las que más interés pusieron en el papel femenino, han descrito el alma de la mujer según cuatro características perfectamente válidas para el momento presente.

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