16 marzo 2011

EL ALMA DE LA MUJER IV

Se puede hablar del alma de la mujer como vida, como energía, como amor y como sabiduría. Con estas cuatro características, que son sus verdaderas armas, la mujer es la heroína ideal para salir a librar su propia batalla.

El alma de la mujer es vida en todos los sentidos, no solo porque la mujer puede dar a luz, sino porque está capacitada para ayudar a vivir, y es la gran educadora. Ella puede criar, impulsar, inspirar… En sus manos está el dar la vida y el mantenerla.

Un gran expositor de los mitos modernos, Joseph Campbell, decía que lo fundamental es que la mujer pueda dar vida a un cuerpo, a un alma, a una sociedad y a una civilización, y que si no se le da la oportunidad de otorgar vida, pierde su razón de ser. Necesita insuflar esta vida con su particular forma de energía, que es otra de las características de su alma. Dicha energía no es muy impulsiva, sino más bien una resistencia, una constancia; puede soportar cosas increíbles, como increíble es su paciencia. Esa es una gran arma para ella, no porque esté oprimida, sino porque es resistente. Quizá no tiene una gran resistencia física, pero tiene una enorme resistencia psicológica; esa es su energía, que puede transmitir en forma de serenidad, en forma de fuerza ante las dificultades y el dolor.

La mujer es amor. Sé que todos amamos, hombres y mujeres. Pero el hombre ama de tal forma que incluye el amor dentro de su vida, y la mujer hace del amor su vida. Sin embargo, el amor en la mujer es un arma de doble filo: si es amor con minúsculas, se convierte en egoísta, posesivo; es el miedo de no ser amada antes que amar, de no ser valorada antes que valorar. Pero si despierta como alma, entonces es la gran capacidad de unión, es el fuego del hogar, del centro de la tierra y del centro del templo.

La mujer une, tiene la capacidad de cohesionar, de aglutinar, de congeniar personas y almas, de poner de acuerdo a quienes no lo están. Su amor es una gran generosidad, así como capacidad de percibir la belleza, la armonía y luchar por la justicia. Por eso la mujer es amor y también es sabiduría, con una mente práctica y ordenada pero con el discernimiento que la caracteriza. Porque si le preguntamos por qué hace las cosas siempre sabrá contestar.

Y, sobre todo, tiene una gran fuerza que no debe desaprovechar jamás: su intuición, que anticipa cosas y las presiente con enorme habilidad: esta es su fuerza y su sabiduría. Lo llamamos intuición más que adivinación, porque no creo que caiga tan bajo como una simple adivinación: ella simplemente «sabe».

En las antiguas civilizaciones se hablaba de iniciaciones femeninas, y hoy, a fuerza de datos confusos, las imaginamos como rituales extraños plenos de imágenes diabólicas; sin embargo, la gran iniciación femenina ha sido siempre la conquista de su propia alma. Todos los grandes mitos de todas las religiones lo reflejan así: el héroe conquista su alma masculina; la heroína conquista su alma femenina. Y hay otros mitos que nos hablan de una guerra para el hombre y otra para la mujer. Cuando Heracles decide recorrer el mundo porque hay doce pruebas que le aguardan, es evidente que enfrenta unas pruebas propias de la masculinidad, aunque tengan siempre características transmisibles a lo femenino.

Pero también hay en los mitos una historia típicamente femenina: es la historia de Perséfone, joven encantadora muy apegada a su madre, la Gran Diosa Madre de todos los dioses. Un día la diosa ve cómo su hija es raptada por el dios del submundo, de la tierra profunda y de la oscuridad; se abre una grieta, aparece el carro de Hades y allí donde estaba Perséfone jugando con sus compañeras, queda sólo el vacío.

Este es el mito de la mujer. En realidad, no es raptada exactamente. Es su descenso al alma, su interiorización y su iniciación. Ella necesita esa introspección, coger semillas del mundo oculto, subterráneo, esotérico, del mundo de los misterios.

Deméter busca a su hija inútilmente, porque esta solo saldrá a la superficie de la Tierra cuando llegue el momento. Cuando Perséfone vuelve al mundo, abraza a su madre porque vuelve a encontrarse con la diosa; pero en ese momento la joven inexperta es una auténtica mujer. Vuelve del submundo con unas semillas de sabiduría que no podrá olvidar jamás.

En el submundo ella se ha hecho hija del Padre, y cuando vuelve a la Tierra es hija de la Madre: ahora ya tiene consigo a un dios y a una diosa. Ha conjugado su gran guerra. No compite con el hombre, sabe quién es.

Este pequeño mito revela que muchas de esas historias que creemos para niños, o parte de una mitología sin sentido, reflejan el alma del hombre y el alma de la mujer, arquetipos universales en lugar de los estereotipos o ideas prefijadas con las que hoy intentamos salir adelante.

Ha llegado la hora de que la mujer pida no solamente un día internacional para ella, sino que sepa ser dueña de sí misma todos los días de todos los meses de todos los años de su vida.

Ha llegado la hora de que se sienta la protagonista de su vida y sienta que tiene fuerzas y capacidades para hacer muchas cosas por sí misma, con sus propias características, con generosidad, porque la mujer pide para dar y exige porque siempre sabe tener las manos abiertas.

Si la mujer sabe dar vida y energía, entonces será verdaderamente protagonista, y en vez de esperar un día 8 de marzo, habrá todos los días un lugar para la mujer, y un rincón para que pueda vivir armoniosamente con el hombre.

Entonces es posible que hagamos un Día Internacional de la Humanidad y disfrutemos de esa paz y esa serenidad que habremos de conquistar, siempre y cuando conquistemos antes el alma de la mujer, y por qué no, el alma del hombre.


Delia Steinberg Guzmán

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