Desde que en 1946 Don Cortos Cerdán Márquez (por aquel tiempo comisario provincial de Excavaciones), dio a conocer los dólmenes de El Pozuelo, Huelva provocó un particular interés en el mundo de la arqueología; y desde la aparición del estudio que los esposos Leisner hicieron sobre el S.O. peninsular, fue esta provincia imprescindible para el conocimiento del primer bronce hispano.
El número de estos sepulcros no asombró tanto a los profesionales como la irregularidad de sus plantas y la abundancia de cámaras accesorias.
Hoy damos a conocer uno más, que engrosó así el número de los ya estudiados y esparcidos por la provincia, que sobradamente superan el medio centenar.
Situado en solitario, se alza a una altura de 370 metros sobre el nivel del mar, tras la sierra de El Arenal, en la finca llamada de la Cantina, próximo a las Ventas del Puerto.
Por su forma y construcción puede incluirse tipológicamente dentro del grupo dolménico de El Pozuelo o Los Gabrieles de Valverde. Es de pequeñas dimensiones; término medio entre sepulcro de galería, por su planta, y cista megalítica, ya que su única cámara, rectangular, se continúa por un estrecho corredor hasta la salida.
Dicha cámara, de 3,80 metros de longitud por 1,20 ms. de anchura, fue accesible tras reconocer un estrecho pasadizo de 7 ms. de longitud por apenas 0,50 ms. de anchura media y con una orientación Este-Oeste, común a todos los sepulcros de este tipo.
Presenta un especial interés la conservación de su túmulo de 15 ms, de longitud y planta ligeramente elipsoidal, formado por acumulación sobre el megalito de varias toneladas de piedras de regular tamaño, que a cierta distancia podría confundirse con un enorme majano. Ante esta desproporción entre sepulcro y túmulo no dejamos de asombrarnos por el derroche de energía utilizada en el ritual acuitamiento de los restos inhumanos.
Los trabajos de limpieza preliminares para la repoblación forestal en esta zona han realzado el monumento megalítico, pudiéndose distinguir desde donde la orografía del lugar lo permite.
Por desgracia ha sido ultrajado en muchas ocasiones, habiendo perdido totalmente la cubierta, cuyas losas yacen por los alrededores esparcidas y fragmentadas. El completo expolio que ha sufrido a manos de ignorantes y ávidos de tesoros ocultos hará imposible el estudio científico de sus materiales, para siempre desaparecidos.
Es éste un dolmen más que enriquecerá el mapa arqueológico de la provincia onubense.