Todos saben que
el sastre del Campillo trabajaba de balde y ponía el hilo, circunstancia que presenta al héroe de nuestro cuento por un lado nada más de su carácter enteco y simplón, con apariencias ruidosas de valor, energía y talento que se adjudicaba á sí mismo el majadero del sastre susodicho, representando tan admirablemente la comedia, que le reconocía también dichas cualidades la pública voz y fama, es decir, el vulgo, siempre insolente y necio
¿
Tienen Vdes, sastre en el Campillo?—preguntaba cualquiera á los vecinos de aquel lugar.
—¡
Ah! si señor, muy valiente y muy listo—contestaban indefectiblemente
los campilleros.
............El mismo sastre llegó á creérselo, hinchándose de tal manera y alabándose pública y privadamente, siempre que de estos particulares se trataba con tanta frescura, que se hacia insoportable para cuantos le conocían á fondo.
............Paseaba cierta tarde por las orillas de una grande acequia de molino en compañía de varios vecinos del lugar y de un sargento de la Guardia civil, retirado, y, como de costumbre, el sastre iba á vanguardia, charlando por los codos, contando mil mentiras afanosas, dándose charol y diciendo:
—Todavía no ha nacido de mujer el que á mí me la pegue.
—Pues del sastre del Campillo dicen por esta tierra que
trabaja de balde y pone el hilo—dijo el sargento.
—Eso no reza conmigo; sería mi antecesor. ¡Pues bónico soy yo para sufrir semejante asnada!
—Hombre, yo soy forastero: pero me han asegurado que á usted cualquiera le engaña.
—¡A mí, que soy de Madrid!
El sargento se indignó ante jactancia tan tonta; quiso demostrarle prácticamente lo contrario, y sin decir ¡al agua patos!, le dio un empellón y lo arrojó á la acequia.
............Las risotadas de la comitiva duran todavía: y cuando el sastre del Campillo salió hecho una sopa, de la acequia, emprendió á pedrada limpia y á denuesto pelado al sargento, creciendo con esto la hilaridad de todos, que se reían en sus barbas del listo y jactancioso por excelencia.
............El segundó de sus defectos característicos era la cobardía, mejor el miedo cerbal. disfrazado de valor palabrero, y heroico. Su mujer era la única que sabía expe
rimentalmente á que atenerse respecto á la nunca vista valentía del sastre del Campillo, su marido: tanto, que mandaba en jefe en el hogar doméstico, le llamaba calzonazos á todas horas, le reconvenía por su falta de carácter, y hasta pegábale descomunales palizas con la vara de medir, persiguiéndole á palo seco por toda la casa y obligándole en ocasiones á esconderse debajo de la cama.
—
Sal de ahí,—le decía la sastresa, garrote en mano, una de tantas,—que. te voy á dejar sin hueso sano.
—
No quiero.
—
Que salgas te he dicho.
—Pues no me da la gana, caspitina; alguna vez he de tener carácter.
............Al verle tan follón la sastresa, convertía en risas sus amenazas y lo dejaba estar, vengándose el sastre entonces de su cara mitad, que era hombruna, hasta el punto de permitirse gastar bigote, diciéndola:
—A mujer bigotuda de lejos se saluda.
............Como entre la pareja sastreril no había sobre este particular ficciones ni secretos, era una diversión oir al sastre del Campillo contándole á la sastresa sus aventuras valerosas, entre las cuales escojo la siguiente:
............Regresaba el sastre a pie de un pueblo próximo, á donde había ido á coser al despuntar el alba en tiempo de verano, cuando al pasar por imponente y profunda garganta, poco iluminada aún. le dio la gana á un buho de lanzar al aire sus lamentos desde la altura de un peñasco. Al oír aquellos gritos desconocidos, que al sastre le parecieron amenazas, se asustó de tal manera que echó á correr como alma que lleva el diablo, y en su vergonzosa y precipitada carrera se le enganchó la capa en una zarza. Nuestro valiente sé creyó perdido; el buho menudeaba sus gritos, y el sastre, sin atreverse á volver la vista atrás, imploraba compasión, diciéndole a la inofensiva zarza:
—Por Dios, señor ladrón, que soy un pobre sastre cargado de familia y falto de recursos, y no tengo más remedio que ganarme la vida de pueblo en pueblo á fuerza de tijeretazos y puntadas.
—¿Y qué contestaba el ladrón?—preguntaba la sastresa.
—Me agarraba cada vez con más fuerza, y hacia como cuando se enfadan los pavos.
—Cobarde, más que cobarde; entonces era un buho que gritaba desde las pefias, y un espino el que te agarraba la capa. ¿Y cuánto tiempo estuviste de aquella manera?
—Poco, porque en cuanto amaneció del todo, volví poco á poco la cabeza, y al ver que el ladrón era una zarza, saqué las tijeras, le aticé un tijeretazo, y le dije: «Si llegas á ser un hombre te saco las tripas.»
—
Asi me gustan los valientes,—contestó la sastresa soltando el trapo y muerta de risa.
No se
divulgó por el pueblo la aventura de la zarza, y el vulgo continuaba teniendo por el hombre más valeroso del lugar al sastre
del Campillo. Su mujer estaba ya harta de los inmerecidos elogios que tributaban las gentes al valor de su marido, cuando se presentó éste, diciéndola:
—Chica, me han puesto en un verdadero compromiso, y el caso es que he tenido que aceptar.
—¿
Qué pasa?
—Nada, que hay que conducir 1.000 duros en billetes á la capital, y se empeñan en que los lleve yo, por ser el hombre más valiente del pueblo.
—No te apures, hombre, siendo en billetes los ocultaremos bien en el forro del chaleco, y aunque tengas un mal encuentro, que adivinen en donde llevas el dinero.
—Que tienes razón de sobra; entonces antes de que se haga de día, para que nadie lo advierta en el pueblo, me marcho.
............Todo se hizo, según lo pactado: pero el sastre salía de casa con el alba, y una hora antes ya había salido su mujer, disfrazada de hombre, con la cara tiznada y un trabuco naranjero escondido entre los pliegues de la manta, para esperarle en cierta encrucijada del camino y darle el susto hache.
No había amanecido aún. y el sastre para acallar su miedo que le hormigueaba en el cuerpo, acrecentado por la oscuridad y el silencio, venia camino adelante y cantando:
La sombra de los nogales
es mala para dormir,
y el que se casa con viuda
muy poco puede vivir.............Cuando en un recodo del camino se presentó de repente la disfrazada sastresa, trabuco en mano y gritando:
—
Alto ahí, si das un paso más te abraso los hígados.
El sastre se quedó sin gota de sangre en las venas, y cayó en tierra muerto de susto é implorando clemencia.
—
Nada de pamplinas; la bolsa ó la vida.
—Soy un pobre sastre y no llevó un céntimo.
—
Con verlo basta; vuélvete de espaldas, y como mires te abro en canal.
Se volvió inmediatamente.
—
Quitate la chaqueta.
Se la quitó.
—
Ahora el chaleco, y al suelo con el.
Así lo hizo, apoderándose la mujer en el acto de esta prenda y su contenido.
—Ahora los calzones, los canzoncillos, la camisa y cuanto lleves puesto; te has de quedar como tu madre te parió.
............El sastre no se hizo de rogar; se quedó en cueros vivos, y no se atrevió siquiera á mirar al ladrón ni con el rabillo del ojo. Este le mandó que permaneciera allí media hora segu
ida, y escapó entretanto con el chaleco, llegando á su casa con tiempo sobrado para quitarse el disfraz y meterse en la cama. El sastre llegó después despavorido, y contó á su mujer que una cuadrilla de bandoleros le había salido al encuentro, robándole los 1.000 duros, con el chaleco que los contenia.
............No hubo más remedio que participar la desgracia á los interesados, á cuyo efecto los invitó á comer una paella en el pinar. Cuando supieron que habian perdido los 1.000 duros, se quedaron como de piedra y con los ojos querían comerse al sastre.
Con mil angustias y rodeos contó éste lo ocurrido, asegurando que, aun que se había defendido como un león, la cuadrilla de ladrones, compuesta de más de 20, que le sorprendió en un recodo del camino, se apoderó al fin de él, no sin quedar algunos tendidos en el campo de batalla, le desnudó y se llevó el chaleco con los billetes.
............Los dueños del dinero estuvieron á punto de caer sobre el sastre moliéndole á palos; pero los calmó la sastresa, asegurándoles que todo era mentira, que su marido era el cobardón mayor del pueblo, refiriendo lo ocurrido con pelos y señales, y presentando el chaleco con los 1.000 duros en corroboración de su aserto.
La pena se convirtió en jolgorio, y ya nadie ha vuelto á mentar para nada las valentías del sastre del Campillo, que no solamente trabaja de balde y ponia el hilo, sino que también se dejaba engañar y moler á palos por la sastresa bigotuda.
manuel polo y peylorón.
noviembre 1895