« ¿El último?... pues que cierre la puerta y apague la luz».
Fray Alberto, uno de los tres hermanos fossores que aún quedan en el cementerio de Guadix y que pertenece a esa fundación que tiene como misión principal dar sepultura a los muertos y limpiar el camposanto. Bendita misión. Fray Alberto es de Santo Domingo de la Calzada y lleva 44 como hermano fossor.
El superior general, pomposo título que hasta él mismo le da cierto reparo en decir dadas las limitaciones de la fundación, se llama Fray Hermenegildo y nació hace 67 años en El Campillo, un pueblo minero de Huelva.
El único granadino de la reducida comunidad es Fray Antonio, que tiene 82 años y trabajó durante 14 en la Funeraria del Moral. «A mí es que siempre me ha tirado enterrar a los muertos», dice con su perenne y beatífica sonrisa. Tras la muerte en noviembre de 2011 de Fray Florentino y de Fray Tobías hace ocho meses, los tres últimos sobreviven sin la esperanza del relevo. Son los restos de una orden que se ha dedicado casi sesenta años a una obra de misericordia de la que nadie quería hacerse cargo: enterrar a los muertos. Lo tienen claro, el último cerrará la puerta y apagará la luz.
Llegaron a ser 28, pero ahora sólo quedan tres en Guadix. La época de esplendor de la orden fue en las décadas de los sesenta y setenta. Tanto es así que se tuvieron que ampliar las instalaciones y los hermanos, junto con algunos vecinos que los ayudaron, excavaron una cueva, al lado del cementerio, con fachada orientada a la ciudad, dotada con capilla, sacristía, cuatro celdas, cocina, comedor y una pequeña biblioteca. Allí se instalaron en 1954. Pero la comunidad seguía creciendo y junto a la cueva se hizo una casa con una capilla mayor y cinco nuevas habitaciones.
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