Ricardo Gómez Ruiz
Los batanes habían desaparecido ya en aquellas épocas pero los molinos, tras sucesivas ampliaciones y mejoras, siguen cumpliendo su función. Los campos, trabajados por cuadrillas de braceros sin derechos, son sembrados hasta en los lugares mas abruptos y el grano recogido se sigue moliendo junto al río. Trabajan en ello familias de molineros, en arriendo o propiedad, que cobran por su trabajo porcentajes de maquila que habían permanecido invariables desde la Alta Edad Media.
Ya bien entrada la segunda mitad del Diecinueve aparecen en el horizonte social de la comarca las grandes empresas mineras. La lucha entre un mundo rural, injusto y miserable, anclado en muchos aspectos en la Edad Media, y las compañías extranjeras recién asentadas en la zona, con todas sus posibilidades sociales y técnicas que ofrecen a la superación personal, va a ser dramática y tiene su punto de inflexión en 1888, el Año de los Tiros, con la derrota del primero.Desde aquella fecha, estos campos comienzan un largo declive y con él, el de todas las industrias agropecuarias que a la sombra de su producción se hicieron necesarias. El primer molino no rural, “con su máquina de vapor y pertrechos propios del artefacto”. trabajaba en la calle de Las Fuentes de Zalamea pocos años después de pasar a manos inglesas las minas de Río Tinto . Para entonces ya no constan en los documentos de archivo batanes, tahonas ni cererías y si numerosas compras por La Compañía de molinos asentados en el río Tinto. La finalidad de tales transacciones es clara pues aquellas industrias suponían un estorbo para los procesos de transformación previstos por la empresa en el cauce alto del río, entre Nerva y la aldea de La Naya . Se intuye ya la agonía histórica de unos modos de vida presentes en la zona durante tantos siglos.
A pesar de ello, los viejos oficios siguieron manteniéndose durante décadas. El recuerdo de curtidores, maestros de lagar, y molineros está aún presente, aunque ya disfuminado, en la memoria de los mas ancianos. Sobre los años veinte, aquellos oficios tenían carácter residual y anecdótico. No había competencia posible con las poderosas empresas mineras que habían aportado a la zona empleo, especialización laboral y mejores condiciones de vida.
Una tecnología de motores, engranajes y acero sustituye a la madera y al hierro de fragua medievales . Se conquistan mejoras sociales lentamente y las minas se convierten en la única fuente de riqueza capaz de sostener a una población cada vez mas numerosa. Y esto sucede a espaldas del campo cuyos propietarios, casi todos latifundistas, no estaban mentalmente preparados para reformar unas estructuras socioeconómicas de muy difícil viabilidad.
Junto a tantos evidentes beneficios, la minería extranjera aportó también a esta comarca una serie de factores negativos: situaciones semicoloniales, imprevisión a largo plazo, nula diversificación y falta de creación de estructuras básicas para un aprovechamiento integral de aquella riqueza . Y, desde una perspectiva ambiental, las enormes alteraciones producidas en la mayor cuenca hídrica provincial, precisamente en la zona donde las aguas mas escasean.
Vinieron mas tarde los horrores de una guerra civil, las hambres, el resurgir del caciquismo, los planes de desarrollo, los bosques de eucaliptos y la crisis del cobre. Y después, las subvenciones de Fondos Europeos, la revalorización del bosque de quercíneas y la esperanza novedosa de las plantaciones de cítricos. Pero todo ello es actualidad conocida, ajena a las viejas industrias. Las máquinas hidráulicas, objeto principal de este trabajo, hacía tiempo que habían cesado de girar , quedando sus restos como mudos testimonios del pasado.
Tal es la historia, a grandes rasgos, de esta región del occidente andaluz. Por sus características geográficas pudo conservarse, en muchos aspectos, como una reliquia del pasado, con usos pintorescos, rico folklore, modos de hablar extraños al andalucismo tópico, y restos culturales remotos enquistados en la geografía sureña. Las industrias extranjeras asentadas en los territorios circundantes hicieron pasar bruscamente a la modernidad a una sociedad con viejas raíces. De forma traumática a veces pero sin erradicar totalmente aquella cultura agraria. Hasta hace pocos años, el minero, tras la jornada, aún poseía fuerzas para sachear huertecillos arrendados a un precio simbólico por las compañías mineras y engordar algún cerdo para la matanza. Era como si, por instinto, los hombres de la zona se resistieran a renegar de su pasado primigenio. Y así se mantuvo un peculiar modo de vida donde la explotación del subsuelo significaba el sustento diario y el campo una ayuda económica pero, sobre todo, un desahogo a las tensiones del trabajo poco gratificante de la contramina.
Estas fueron las razones por las que aquel mundo agrario primitivo se mostrara vigente en esta tierra hasta un inmediato ayer. Un mundo inviable ya, que realizaba sus transacciones en reales y duros, pesaba en quintales o arrobas y tenía por medidas la fanega, el almud y la legua castellana. Una sociedad de la que solo resta un vago recuerdo y un paisaje alterado, pero suficientemente evocador y placentero para el que pasea sus soledades. FIN
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