20 abril 2012

JUAN MÁRQUEZ: EL ÚLTIMO FENÓLOGO

Lleva desde que tenía uso de razón en contacto con la naturaleza. Si la fenología es la ciencia que relaciona fenómenos naturales y comportamientos vitales, Juan es un buen representante de ella. Pero teme que su obra no se continúe en el pueblo donde vive.

Las estaciones meteorológicas albergan un conjunto de instrumentos destinados a medir y registrar regularmente diversas variables meteorológicas como la temperatura del aire, la presión atmosférica, las precipitaciones, la humedad relativa del aire o la velocidad y dirección del viento, entre otras, para diferentes usos entre los que destacan la elaboración de predicciones meteorológicas y el estudio del clima.

En Andalucía hay pocas estaciones automáticas, la mayor parte de las estaciones meteorológicas son manuales, requiriendo la consulta in situ de la información registrada por su instrumental. Estas han posibilitado la existencia de un dilatado registro meteorológico de carácter numérico y se encuentran distribuidas estratégicamente por toda la región agrupadas en distintas redes. En Andalucía, las redes más relevantes están gestionadas por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMet), la Consejería de Agricultura y Pesca (CAP) y la Consejería de Medio Ambiente (CMA). La estación que lleva nuestro personaje pertenece a la AEMet.
Pero conozcamos mejor al hombre.

Juan Márquez Rubiano nació el 12 de junio de 1928. Tiene 84 años. Dice que está jubilado y está “malo”. Nació en La Huerta de El Zumajo (El Zumajo es un pantano en el término municipal de El Campillo, provincia de Huelva). Allí vivió hasta jubilarse.

Aunque está trabajando desde los doce años, será en el 69 cuando
pusieron allí “La casilla”. Después, en el 89 (cuando vinieron “los naranjos”: la RioTinto Fruit) Juan se jubiló y “La Casilla” se vino consigo hasta El Campillo, donde reside. En El Zumajo hacía “todo lo que hubiera que hacer: huerta, cochinos, cabras, vacas, yerbas, sembrar…” Todos los trabajos del campo. Su vida ha sido la propia de un hortelano. Un trabajo de lunes a domingos. Realmente, Juan aclara que hasta el 58 los domingos trabajaban hasta las tres (y de lunes a sábado, ocho horas diarias). Luego, hasta el 70 había que trabajar un domingo sí y otro no. Además, por las tardes Juan llevaba también su propio campo y sus animales. O sea, que de sol a sol en el campo. El campo es su forma de vida.

La recogida de datos climáticos debe ser siempre a las 8 según la hora solar –que ahora serían las 10 de la mañana-. A esa hora sube a la casilla que está en su azotea y anota las temperaturas. Luego pone los termómetros otra vez a cero. Luego, todos los lunes cambia la hoja de su bloc y coloca otra nueva. De las temperaturas, solo hay que controlar las máximas y mínimas, ya que la casilla dispone de un aparato que detecta el vapor de agua (la humedad). Antes esta humedad también se medía manualmente, “y era un lío”, dice Juan, ya que había que tener en cuenta la velocidad del viento. Juan atiende al registro de lluvias, de las rociadas y las heladas (para los andaluces “rociá” y “helá”). Si todos estos datos, los miras también por la tarde, como decimos aquí, “eso es ya cuenta tuya”. Estos datos se mandan mensualmente a Sevilla, a la Oficina de Medio Ambiente de La Cartuja. Antes se llamaba semanalmente, ya no. Ahora se comunican los datos o bien por internet o bien por correo ordinario.



Juan siempre ha estado atento además a otros fenómenos del campo: los arbustos, los árboles, la floración, la maduración, el cambio de hoja, la caída, la ida y venida de aves… “Pero eso lo voy a dejar yo ya este año”.

Esto lo hace desde el 52, pero teme que esto ya no lo vaya a hacer nadie en el pueblo: teme ser el último fenólogo de El Campillo. Imaginen nuestros lectores combinar el modo de vida actual con estas cuestiones de una manera casi desinteresada, económicamente hablando.
 
Cuando a Juan se le pregunta por todo esa constancia, sacrificio y laboriosidad, dice que es “un trabajo altruista”. Hoy en día recibe ¡¡342 euros anuales!! Las agencias de meteorología necesitan personas altruistas como Juan, ya que se ahorran muchísimo en su trabajo. Antiguamente, se encargaban de estas cuestiones los alcaldes, los maestros… gente que sabía escribir y que tenía tiempo libre. Ahora nadie da nada por nadie.
Cobra 342 euros. Antiguamente era voluntario totalmente. Aparte le dan pequeños regalos: llaveros, agendas anuales con datos meteorológicos, almanaques (Juan los tiene desde 1952). A Juan le han dado 3 diplomas y una medalla de bronce en reconocimiento a su labor.

Juan cree que lo del cambio climático según sus datos de El Zumajo, antes, y de El Campillo, ahora, no existe. Lo único que él ha notado es que ahora hiela menos. “Si no no podrían sembrarse tantos naranjos”, comenta. Luego, el “asunto del agua está en las mismas: hay cuatro años que llueve mucho y cuatro años que apenas llueve”. Durante dos años seguidos han caído de 1300 cm3 para arriba, y este año no llegarán a los 400. El promedio de aguas en el pueblo está en 500 cm3 . Lo de las heladas no se relaciona, según Juan, con las temperaturas, que suelen ser las mismas. Juan recuerda que en El Zumajo hacía más frío que en El Campillo. Este pueblo cree Juan que tiene unas mínimas más altas que otros pueblos de la provincia y unas máximas más bajas, al menos desde que él lleva el control (1990). Llevamos ya 2 ó 3 años que no llegamos a los 40o; recuerda el 1951 que se llevó el mes de julio entero de 40o para arriba.

Juan se queja de que ya la gente no siembra. Antes se sembraban muchos cereales. Desde hace 25 años no se siembran. Lo siembran para los animales, pero no para segar. De Valverde para Huelva aún mantienen esa tradición. “En la Cuenca solo quedan las naranjas y la mina, si la abren”. También se queja de que hoy en día a todas las plantas, si no le echas “algo” no las crías. Antes, se criaban sin ayuda y “bien hermosos”. Eso podría ser, dice Juan, del humo del azufre que desprendía la mina cuando funcionaba, y que “mataba a todos los bichos”. Hoy a la naranja le tienes que echar de todo y continuamente, por la mosca y por otras circunstancias. Y además esos productos nos los comemos, van al agua… un desastre. La migración de los pájaros ha menguado igualmente por completo. Ya no viene ni una tercera parte de los que venían. La “gurupéndola” (oropéndola) ya no viene. El “cuco” (cuclillo) apenas. Los “aviones” (tipo de golondrina) ya están empezando a dejar de venir (eso se ve en el teatro Atalaya, donde hacen sus nidos).

El cambio en el cultivo –de cereal a naranjos tratados químicamente- también afecta a las abejas, cuya mortandad es muy preocupante por ser un animal esencial en el ciclo natural. Además, las aguas de la zona están todas contaminadas: pozos, socavones… O bien por los insecticidas, o bien por los vertidos del pueblo. El agua hay que pagarla: o bien por el grifo o en botella. Aguas naturales no son potables. Juan nos dice que cuando el naranjo está en flor no debe echársele nada. Luego hay que saber qué insecticida y cuándo hay que echárselo.

Y encima, ni incluso con la crisis despierta el interés y la necesidad por el campo. El campo está baldío. “La juventud no quiere huertos”, dice Juan, y añade: “No sabe lo que se pierde”.

JOTA.

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