Hoy
se sabe perfectamente que una dieta adecuada es una de las condiciones básicas
para prevenir
enfermedades, tener calidad de vida y aspirar a la mayor
longevidad. Ahora bien, lo mismo se puede decir del ejercicio, y esto no se
tiene tan claro. A menudo se considera una parte optativa del ocio y se olvida
que es un cuidado imprescindible para la salud. Tan imprescindible como la
dieta. Y no solo porque aumente los requerimientos energéticos y ayude a
combatir el sobrepeso, que lo hace, sino porque su práctica regular tiene
efectos beneficiosos en casi todo el organismo.
De entrada, mejora el estado de ánimo. También reduce el
colesterol, contrarresta la hipertensión y aumenta la elasticidad arterial, lo
que contribuye a prevenir la enfermedad cardiovascular.
Además regula la glucemia, aumenta la capacidad
respiratoria, estimula la circulación venosa y el peristaltismo intestinal, y
mantiene la densidad ósea y la elasticidad de músculos y tendones. Los
beneficios son tantos que lo inteligente es convertirlo en un hábito tan
cotidiano como la buena comida o la higiene.
Una dieta equilibrada
Un deporte o ejercicio que realicemos dos o tres veces
por semana no requerirá grandes cambios en la dieta. Pero sí habrá que tener en
cuenta que el gasto energético varía según la actividad. No es lo mismo una
hora de Pilates que de bici de montaña: lo primero requerirá 200 calorías por
hora como mucho y lo segundo puede superar las 500. El peso corporal o la
preparación física también influyen.
Una dieta equilibrada sirve perfectamente, pues, para la
práctica regular de un deporte o ejercicio que no sea de competición. Una hora
de actividad aumenta las necesidades de energía, pero poco. Hidratarse sí será
esencial. Y ejercitarse unas dos horas después de comer ayudará a no tener el
estómago ni muy vacío ni demasiado lleno.
Magda Carles
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